“De Susana Vega cuantos la conocimos tenemos algo bueno que contar, un buen recuerdo, una anécdota que ha quedado prendida en nuestra memoria con el sello de lo imborrable, un rasgo de su carácter, una sonrisa, un pellizco de ironía y siempre, siempre, una calidez no exenta de rigor. De pocas personas podemos decir lo mismo, porque sin duda estas pertenecen a una categoría especial que las hace singularmente interesantes.
Susana Vega fue, para quienes compartimos experiencia y trocitos de vida con ella, una profesional con una enorme capacidad terapéutica, trabajadora incansable, exigente y autoexigente, psicóloga clínica y, desde el fondo vocacional de sí misma, una gran terapeuta familiar. Aunque sus raíces familiares se hunden en la Galicia de la migración, Susana fue vocacionalmente argentina. En su ciudad natal, Buenos Aires, mantuvo una consulta propia en la que atendió a niños y a sus familias, al tiempo que batía sus talentos formando a profesionales de la salud mental, faceta de su personalidad con la que siempre mantuvo una honrada lealtad.
Emigrando también ella, desembarcó en Barcelona en 1986 y, desde su llegada, estuvo ejerciendo supervisión con numerosos equipos de los servicios de Salud Mental y, más tarde, también con otros equipos de Servicios Sociales.
Pronto contactó con Juan Luis Linares, director de la Escuela de Terapia Familiar del Hospital de Sant Pau, comenzando así su andadura como pieza fundamental del equipo docente de la escuela y creando el Espacio Vivencial para la formación de terapeutas familiares. Quienes tuvimos la suerte de trabajar con ella recordaremos la intensidad y el amor vocacional que deslizaba sutilmente en cada sesión, así como el mimo y el detalle con que ella hizo su labor en aquel espacio que, por llevar, empezó a llevar su nombre propio. ¡Cuántos terapeutas en formación de aquellas hornadas no recordarán aún la viveza con que se esperaba su aparición, cuando decíamos: “¡Hoy toca Susana!”, frase con que se abría el arcón de las maravillas relacionales que ella compartió con nosotros.
Diseñó un programa progresivo en el que, curso a curso, los alumnos siguen hoy profundizando tanto en el autoconocimiento personal, de la propia historia familiar, como en el desarrollo de habilidades para el desempeño del rol de terapeuta familiar.
Construyó sesión a sesión gran cantidad de ejercicios y actividades formativas, cuyo objetivo fue facilitar el aprendizaje para superar los temores y dificultades que acostumbran a aparecer en la praxis clínica.
Nos ha dejado, pues, un gran legado, compartido con generosidad, uno de esos rasgos distintivos de su persona, para que podamos tomar el relevo, y seguir haciendo fructíferas sus enseñanzas.
Como ha dicho una de sus alumnas: “nos enseñó que muere una vida, pero no una relación, somos muchos los alumnos que hemos construido una relación con ella, que hace que sepas que es una de esas personas que será eterna, por todo lo que nos ha dado”.
Hizo, con su presencia y acción, que el mundo fuera mejor para quienes tuvimos la dicha de conocerla”.
Desde FEATF nuestro más sentido pésame a todas las personas que están viviendo su pérdida. DEP
Palabras escritas en su memoria por su compañera Ana Gil y nuestro compañero Javier Ortega, ambos socios de la asociación catalana.